Nos hemos presentado a este concurso, mi amiga Mariana Otero y yo (Dos arquitectas venezolanas: ella en Basel, yo en Madrid) por lo abierto, divertido y necesario que era pensar éste tema, organizado por la gente de OpenGap: Un concurso de ideas para un modelo de un mercado de arte.
Resulta que cómo dos chicas contemporáneas que somos, viviendo en carne propia ésta transformación del sistema en el que estamos, donde conceptos como la Autogestión, Autosostenibilidad, Reutilización o Reactivación, son triunfadores en nuestro día a día, ligado a la constante reivindicación del Pro-sumidor (Aquel que produce y consume a la vez) y su necesidad de tener un lugar en la sociedad, no podíamos evitar caer en este proyecto y ver a donde nos podía llevar experimentar con nuestras mentecitas creadoras.
El resultado fué el siguiente: Un edificio vivo, que funciona como un gran reactor de dinámicas complementarias entre sí. Donde el artista que expone no sólo puede vender si no que también hace, apoya, difunde y se conecta con todo aquello que lo hace ser. Un edificio al que las preexistencias atraviesan y lo nutren, un edificio de flujos, de gente, de ideas, donde el contenedor es un caja de sorpresas que gracias a su versatilidad permite infinitas relaciones, humanas y espaciales. Un edificio poco pretencioso, pero que tiene presente nuestra mayor intención: Hacer ciudad.
Resulta que cómo dos chicas contemporáneas que somos, viviendo en carne propia ésta transformación del sistema en el que estamos, donde conceptos como la Autogestión, Autosostenibilidad, Reutilización o Reactivación, son triunfadores en nuestro día a día, ligado a la constante reivindicación del Pro-sumidor (Aquel que produce y consume a la vez) y su necesidad de tener un lugar en la sociedad, no podíamos evitar caer en este proyecto y ver a donde nos podía llevar experimentar con nuestras mentecitas creadoras.
El resultado fué el siguiente: Un edificio vivo, que funciona como un gran reactor de dinámicas complementarias entre sí. Donde el artista que expone no sólo puede vender si no que también hace, apoya, difunde y se conecta con todo aquello que lo hace ser. Un edificio al que las preexistencias atraviesan y lo nutren, un edificio de flujos, de gente, de ideas, donde el contenedor es un caja de sorpresas que gracias a su versatilidad permite infinitas relaciones, humanas y espaciales. Un edificio poco pretencioso, pero que tiene presente nuestra mayor intención: Hacer ciudad.
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